Formación permanente de los profesionales: la inversión más rentable

Contenidos

Cuando hablamos de la formación del asesor habitualmente nos referimos al profesional joven que ha terminado sus estudios y no tiene experiencia. Sin embargo, la que va dirigida al que sí la tiene es tan importante o más, y es la que se conoce como formación permanente.

Hay que pensar que los tiempos cambian, la sociedad evoluciona cada vez más deprisa, y el cliente está cada vez más preparado, y con un nivel de exigencia superior. Además de indispensable, la formación es la herramienta más rentable.

Actualmente, si un despacho quiere tener la flexibilidad necesaria para poder adaptarse al entorno que le rodea, debe apostar por una formación continuada. Ya no es suficiente con que sus profesionales estén al día respecto a las normas recién aprobadas, o de su interpretación doctrinal y jurisprudencial, sino que se ha de ir un poco más allá. Es necesario ampliar los conocimientos de la plantilla. Hoy en día es bueno que el asesor sepa de redes sociales, contabilidad, idiomas, economía, marketing, recursos humanos, organización del despacho, documentación, o incluso que esté al día de las últimas publicaciones.

Evidentemente, a la hora de planificar y de impartir la formación en un despacho no pueden olvidarse sus especialidades. Además, ha de tenerse en cuenta que la formación no ha de estar limitada en ningún momento a un selecto grupo de profesionales, sino lo ideal y recomendable es que abarque a toda la plantilla en general. El objetivo es tener el equipo más cualificado, profesionalizado y competitivo que sea posible.

La formación es una inversión, nunca es un gasto

Tenemos que visionar que la formación es la mejor inversión de nuestro despacho, que potencia nuestra capacidad de desarrollo y aumenta nuestra competitividad y profesionalidad. ¿Por qué motivo es tan necesaria? Porque hace a la firma más competitiva en su conjunto, y a sus profesionales más efectivos a nivel individual. Y es que la formación proporciona profesionalidad, calidad, competitividad, rentabilidad y liderazgo. Por ello, el profesional que desee, no ya crecer y desarrollarse, sino mantenerse competitivo y rentable, ha de tener perfectamente diseñados unos planes de formación.

En relación a las materias que deberían integrar la formación del profesional, varían según la especialidad de cada profesional y de cada despacho. Además, tanto el proceso de internacionalización como la irrupción de las nuevas tecnologías están provocando nuevas necesidades formativas de los profesionales. Hoy por hoy, en la mayoría de procesos de selección el dominio del inglés, y a veces de otros idiomas, se está convirtiendo en un requisito imprescindible. En cuanto a las nuevas tecnologías, atrás quedaron aquellos tiempos en que el profesional disponía de una secretaria y prácticamente no escribía nada en ordenador. Hoy muchos profesionales han asumido algunas funciones tradicionalmente encomendadas a secretarias o administrativos, quienes a su vez han asumido otras competencias.

Esta situación hace que los profesionales se vean obligados a formarse en cuestiones tecnológicas e informáticas, ya que de este modo ganan en eficacia.

Diseñar un plan de formación

De todos modos, aun siendo conscientes de la conveniencia de la formación en un despacho, ésta no puede impartirse de forma caótica y sin seguir ningún plan prefijado. Por supuesto que no todas las firmas de asesorías disponen de los mismos medios para poder invertir, pero cada uno en la medida que pueda, es importante que establezca un plan. O al menos, sería bueno que a nivel de organización se inculcase a cada profesional la conveniencia de planificarse una carrera profesional y la formación necesaria para alcanzarla.

¿Qué hay que hacer para diseñar un buen plan de formación? La respuesta que expondremos a continuación es válida tanto a nivel de una firma como de un profesional particular. Así, las pautas que proponemos son:

  1. Primero tenemos que conocer nuestras necesidades. Para ello fijaremos los objetivos a corto, medio y largo plazo, analizando nuestro trabajo y el grado de satisfacción de nuestro cliente. Por tanto, examinaremos los temas del despacho que se cubren bien, regular o mal, o aquellos que no se prestan, que interesaría prestarlos o no, y los que se prestan y no interesa prestarlos.
  2. Una vez fijados los objetivos, nos plantearemos en qué debemos formarnos, determinando concretamente las áreas de conocimiento en las que debemos incidir.
  3. Fijaremos cómo y dónde debemos formarnos, en función de la oferta que existe en el mercado.
  4. Analizadas las cuestiones previas, determinaremos concretamente el plan de formación, estableciendo prioridades, y fijando una metodología de trabajo.
  5. Ejecutar y controlar el plan.

En definitiva, y resumiendo estos cinco puntos, la pauta del plan de formación puede quedar condenada en los siguientes interrogantes: ¿para qué nos formamos? ¿en qué? ¿cómo? ¿con qué? ¿dónde? Además de los cinco interrogantes que hemos relacionado, también deberíamos incluir el cuándo. Porque, dada la apretada agenda de la mayoría de profesionales, a veces la dificultad reside en saber encontrar ese pequeño espacio. Por ello es importante destinar una tarde, o unas horas a la semana, prácticamente tan “intocables” como lo podría ser cualquier compromiso profesional. A veces se cae en el error de pensar que, por no ser el tiempo de formación facturable, no es rentable para la empresa, y esta mentalidad hay que cambiarla.

Facebook
Twitter
LinkedIn
Email